Arréglate la esperanza

La semana anterior estuve muy, muy triste. No podía caminar, me dolían las piernas y las sentía entumecidas, pero como ya me había pasado antes y estaba con mucho estrés, lo entendía. Para colmo un día me desperté, quise rizarme las pestañas y me las había quemado todas. Sí, estoy muy triste porque no tengo pestañas.

No podía caminar, pero ¿Te imaginas mi cara cuando no tenía nada que rizar? No me había dado cuenta.

La verdad es que estaba muy triste. Me moría de ganas de bailar, pero no podía. La impotencia es terrible, pero en esos momentos la esperanza debe ser mayor, sí mayor que cualquier otro sentimiento. Entonces salimos con mi mamá y mi hermano a comprar zapatos. Yo no utilizo zapatos de tacón porque implican doble esfuerzo, mantener el equilibrio y el dolor, pero ese día mi hermano quiso regalarme unos.

Literalmente no pude pararme para probarme los zapatos, pero estaban lindísimos. Mi hermano me ayudó, los vi de nuevo y le dije que sí los quería.

Cuando llegué a la casa vi los zapatos y me pregunté si podría usarlos algún día. Me dio un poco de miedo y la impotencia aumentó, no te voy a negar. Tal vez le había hecho comprar de gana los zapatos, a mi hermano. Pero tenía un plan: volver a caminar. No desesperarme, darle tiempo a mi cuerpo para que se recupere. Tenía en la cabeza metida la idea de que pronto estaría bien.

A la par, no tenía pestañas. No te olvides que yo estaba realmente triste por las pestañas. Ese era mi problema real. Todos los días me veía las pestañas y me sentía realmente mal. Me rizaba las dos que me quedaban, me ponía rímel y salía de casa.

¿Te imaginas lo ilusa que me veía poniéndome rímel en mis pestañas imaginarias? *risas grabadas. Pues bien, lo hacía.

El día de la EM debía grabar un video para mis colegas. Así que me ricé las pestañas y mientras estaba en eso, mi abuela se reía y me dijo “pero ¿qué haces? Si no tienes pestañas”. “Me arreglo la esperanza”, le respondí. Algún día crecerán de nuevo, pensé.

Caminaba despacio y no tenía pestañas. Tenía miedo de caerme y pena por no tener unos ojazos. Me dolía estar parada, sentada o acostada y me daba pena verme al espejo.

Decidí que “es lo que hay”, que todas las semanas escribo para un blog donde digo que esto es llevadero, que las cosas pasan, que debía escuchar a mi cuerpo, que no debo renegar y entonces me tocó comerme mis palabras y yo que quería empezar la dieta.

Es lo que hice. Dejé de preocuparme, pensé que era temporal. Hay un tiempo para que te pase todo, para caminar DES PA CI TO, para disfrutar el camino. Todo estaría bien, al final del día.

Tomé unos desinflamatorios fuertes y confié, con paciencia. De a poco, después de dos semanas empecé a sentirme mejor, mis piernas estaban más fuertes, más ágiles, menos adoloridas. Todo estaba bien, siempre lo estuvo MaríaGabrielaArreglaTuCuarto, me dije.

De pronto, empecé a caminar más segura, hasta que por fin pude ponerme mis zapatos de tacón alto. “Audaz” me llamó mi amigo, pero yo estaba feliz. Como los niños chiquitos cuando tienen algo nuevo.

Hace rato no me alegraba tanto estrenar algo, que me tomé esta foto.

 

Sigo sin pestañas, pero todos los días sigo poniéndome rímel. Por eso acepté los zapatos, por eso me pongo rímel en la esperanza, porque así funciona la vida.

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