Cuestión de independencia

Las personas libres son lindísimas, son ellas porque nada las ata. Personalmente el único nudo que me gusta es el de la garganta y se llama CORBATA.

Después de un diagnóstico de EM viene el siguiente paso, todavía estás en shock pero no hay tiempo, debes iniciar un tratamiento. Yo tuve que empezar el mío al mes siguiente.

Primero me hablaron de unas inyecciones, una semanal para ser exactos. Un inmunorregulador, interferón Beta 1A que se llama Avonex. En esa época te lo vendía directamente el laboratorio y, como parte de su Responsabilidad Social, había una enfermera que te ayudaba las primeras veces. Yo lo aplacé todo lo que pude.

Hagamos un paréntesis aquí. Querido Dios: cuando a una persona le gustan las agujas, la sangre, las torundas de alcohol  y todo eso estudia medicina y se vuelve doctora. Ahora, para que te hagas una idea, yo estudié comunicación ¿eso no te da una pista sobre mis aficiones?

En fin, era noviembre y mi mamá decidió que había que empezar con el tratamiento. Nadie en sus cabales quiere empezar un tratamiento “hasta la muerte del titular”, así que tuvieron que ayudarme a tomar la decisión.

Para este entonces, yo había dejado la universidad. Falté por dos semanas y cuando regresé había que dar exámenes, por lo cual decidí “retirarme con dignidad”, era mejor que perder el semestre, pero aún iba a clases, así que si ese era mi último día sin interferón lo iba a disfrutar a como diera lugar: mis compañeros y yo nos fuimos a un parque de diversiones.

En Ecuador sabemos lo que es el Tagadá, para los que no lo conocen es este:

tagada

 

Y claro, me subí y, como se pudo ver en la gráfica, pagué por maltrato físico, pero vaya que me reí. Regresé a la casa y ya me esperaban mi familia, el vendedor del laboratorio, la enfermera, la inyección fuera de la nevera y dos ibuprofenos.

Primero me enseñó a prepararla. La inyección venía con una pastilla que había que disolver sin que haga espuma. ¡Carajo! Era todo un proceso. Llegó el momento, “no te asustes niña” me dije y le mostré mi muslo a la enfermera. Me enseñó que había que medir una cuarta desde la rodilla, estirar la piel, meter la aguja, absorber un poco con la jeringuilla para ver que no estés pinchando un vaso e inyectar. Retirar la inyección con la torunda de algodón, hacer un poco de presión y no masajear.

Eso fue todo. Para quienes se preguntan si duele, la respuesta es “no, hace cosquillas”, pero es obvio que duele, no es insoportable pero es una aguja en el cuerpo.

Esa noche fue terrible. No la recuerdo bien. Te da fiebre, ese dolor del cuerpo que no soporta que nadie te toque y malgenio general. Al día siguiente te quieres morir, te duele todo.

Con mucho cariño recuerdo que Jaimito, quien me vendía la medicina, vino a visitarme para ver cómo estaba y me encontró en la cama. “¿Cómo estás?” me dijo, “Me duele todo” respondí, “Es normal, así es esto” continuó, yo me incorporé y le dije “prometo no ir al Tagadá nunca más, es terrible que te duela tanto” y me reí. Jaimito se empeñó en explicarme que había sido el medicamento, pero yo insistí en que había sido el dichoso juego.

En estas enfermedades hay que jugarse la psicológica. Les cuento. Yo no podía odiar el tratamiento desde el día uno. Hay que hacerse amigos, hay que confiar en que te está haciendo bien, hay que tener fe, así que si me preguntan fue por culpa del Tagadá.

La segunda inyección me la puse yo. La enfermera me veía y controlaba que lo haga bien. Una estudiante de comunicación puede ser muy peligrosa con una inyección. Lo hice bien, más despacio porque es una misma la que se está causando el dolor, pero aprendí.

Ahora es más fácil, la inyección ya viene preparada. Nunca olvides tomar ibuprofeno o paracetamol  antes y al día siguiente. Esto te permitirá sentirte mejor.

Para mí era importante saber inyectarme porque me daría la independencia que necesitaba. Así podría salir sin tener que molestar a nadie para que me inyecte al volver o viajar  y ya sabría yo ponerme mi tratamiento.

Tal vez yo quiero quedarme, pero quiero tener también la posibilidad de sentirme libre e irme. Es una cuestión de independencia.

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2 thoughts on “Cuestión de independencia”

  1. Hola Gabriela,
    salvo que yo empecé cuando ya venía en jeringa precargada (pero antes de la pluma) y que en España no hay enfermera del laboratorio que te acompañe en las primeras inyecciones (te apañas tu solita en casa después de que la enfermera del hospital te dé unas lecciones y te haga practicar inyectando a una pelotita), suscribo todo lo que cuentas con mi propia experiencia.
    Yo soy ingeniero electrónico, así que lo de las agujas tan lejos como tu. Pero es cierto que el poderme inyectar yo y viajar con mi medicación me han dado una independencia con respecto del hospital que aprecio y valoro muchísimo.
    Y espero que hayas vuelto a montar en el Tagadá 😉
    Un abrazo, Cleo

    1. Cleo, gracias por leer. La independencia es fundamental, me alegra que sigas viajando y paseando. Tuve suerte con el laboratorio. No he subido de nuevo, no tengo fuerza en los brazos para sujetarme, pero si lo hago de nuevo te contaré. Un abrazo fuerte.

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